Murmullo incesante

El lenguaje es quien habla, ese murmullo incesante que nos atraviesa y hace gestos, destellos en la oscuridad

domingo, 28 de octubre de 2012

Caso Sokal

Ya he dicho en muchas ocasiones que el caso Sokal me parece un asunto muy triste. La importancia de Sokal para la epistemología es nula. Imposturas Intelectuales es un batiburrillo caótico, sin pies ni cabeza.

La resistible ascensión de Alan Sokal, por Quintin Racionero.

martes, 23 de octubre de 2012

Dinero-Mercancía-Dinero

Leo una noticia en la que al periodista se le ha ido la pinza, o a Gustavo Bueno se le ha ido la pinza, no lo sé, pero en la que, sin duda, a alguien se le ha ido la pinza. Probablemente el periodista, ignorándolo absolutamente todo sobre Marx, se ha confundido. Dice la noticia que Bueno rebate la visión marxista del ciclo económico de la siguiente forma: no es vendo para comprar algo, se trata de destinar dinero a comprar una mercancía para obtener más dinero. Obviamente, esto no tiene nada que ver con rebatir la visión marxista de nada. Vamos a ver, el primer movimiento, vender para comprar, es la circulación simple de las mercancías (M-D-M) y el segundo es la circulación del dinero como capital (D-M-D). La satisfacción de una necesidad es el objetivo del primer movimiento, que termina en un cambio de productos de igual valor. En el segundo movimiento su objeto determinante es el valor de cambio. En fin, dejemos El Capital para otro día, que habría que hablar de la teoría del valor y meterse en berenjenales tremendos, pero vamos, que la mismísima fórmula general del capital rebata a Marx es un disparate. Puede que al que se le haya ido la pinza sea a mí, pero estoy bastante seguro de que la fórmula general del capital, tal como se manifiesta en la circulación, es comprar para vender más caro y que esto no puede ser rebatir a Marx porque es Marx quien lo dice.

lunes, 15 de octubre de 2012

Gilles Deleuze - La inmanencia: una vida...

Aquí. Probablemente uno de los textos más hermosos de Deleuze, su testamento filosófico y vital, en el que late cierto impulso místico que no renuncia al rigor del concepto. Un pensamiento activo, afirmativo, potente, singular, creativo, además de profundamente sistemático y coherente. Hay una suerte de descaro ingenuo y salvaje en la manera en que Deleuze hace filosofía. Lejos de ese sistema de terror instaurado por los dialécticos para quienes pensar es pensar contra alguien, el pensamiento de Deleuze busca afirmar su diferencia, y si otros pensamientos resultan negados, resultan negados solo como efecto. La negación en ningún caso funciona como principio. Lo Uno nunca aparece como instancia trascendente, por encima de lo múltiple. Se trata siempre de multiplicidades, de composiciones variables sobre un plano de inmanencia, que no es inmanente a algo. No hay identidades previamente constituidas, sino un movimiento infinito de autoconstitución. No hay una realidad externa totalizable en una unidad, que no sería sino una pura abstracción, sino un proceso no dialéctico de producción de diferencias en el que se establecen relaciones y composiciones, organizaciones del caos.

jueves, 11 de octubre de 2012

Agamben - Profanaciones

Libro completo aquí. Después de sufrir leyendo a determinado personaje encontrar este libro de Agamben ha sido como sumergirse en un oasis de lucidez y magia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Ahorrémonos pues las lágrimas

Dice Jesús González Maestro, profesor de Teoría Literaria y seguidor del materialismo filosófico, que las ideas de Foucault sobre el autor ignoran una realidad fundamental: el copyright. Semejante estupidez nos sume en una gran perplejidad: no sabemos si las conexiones neuronales del profesor Maestro se han enredado o si lo que dice se debe a pura mezquindad. Decimos esto sin ánimo de ofender. Al fin y al cabo, según el profesor Maestro, los seguidores de Nietzsche son seres incapaces de usar la razón, y aquí somos muy de Nietzsche, lo que nos convierte en seres incapaces de usar la razón, y mal podremos, entonces, ofender a un excelso adalid del racionalismo. Nos limitaremos, por consiguiente, a balbucear cual bárbaros, que es lo propio de los seres incapaces de usar la razón. En cualquier caso, visto en qué consiste el racionalismo de algunos, asumimos alegremente y con orgullo nuestra condición bárbara.

Es famosa la contestación que dio Foucault cuando se le objetó la intención de arremeter contra el sujeto individual: "definir de qué modo se ejerce la función-autor no equivale a decir que el autor no existe... ahorrémonos pues las lágrimas". Muchos años después, frente a la pantalla de su ordenador, el profesor González Maestro sigue derramando sus lágrimas. En El orden del discurso Foucault también señala esta distinción entre el autor y la función-autor.

(Voy a hacer un paréntesis digresivo, porque me apetece: los seres incapaces de usar la razón actuamos, como es sabido, con base en nuestros impulsos y apetitos, sin respetar la ilación lógica de un discurso racional. David Foster Wallace, en El Rey Pálido, se presenta como el autor real, el individuo de carne y hueso que sostiene el lápiz y no como una máscara narrativa abstracta. Creemos que esto no significa resucitar al autor ni nada parecido, sino que muestra, precisamente, la diferencia misma entre el autor y la función-autor. Si no existiera dicha diferencia el prólogo de DFW ni siquiera tendría sentido. Además, cualquier intento de negar la ficción dentro de la ficción se revela paradójica, algo que DFW señala en un metacomentario irónico de la paradoja misma, al decir que a él también le parecen irritantes esta clase de paradojas, al menos desde que cumplió los treinta años. Aquí el autor (material) es una declaración aporética, puesto que en un texto de ficción el autor material, el individuo de carne y hueso, no puede comparecer como tal, sino ejerciendo la función-autor. El mismo DFW señalaba que la muerte del autor puede querer decir muchas cosas, pero que lo que no puede querer decir es que nadie escriba, algo con lo que Foucault estaría de acuerdo y, creo yo, cualquiera que esté medianamente cuerdo. Lo que sucede es que Foucault se centra únicamente en analizar y describir cómo se ejerce la función-autor en nuestras sociedades, sin que haya prohibido a nadie, por otra parte, realizar cuantos estudios biográficos le plazca, que serían simplemente otra cuestión. Desgraciadamente, DFW ya no sostendrá el lápiz. Sobre su muerte no podemos ahorrarnos las lágrimas. Pero, dejando a un lado su muerte real en tanto individuo real, sobre la que no tengo nada que decir (más que decir, tendría que llorar) veamos cómo algunas de las ideas de Foucault sobre el autor se reflejan en la narrativa de DFW. Según Foucault, al escritor le corresponde el papel del muerto en el juego de la escritura. Evidentemente, el escritor no está muerto, está sosteniendo el lápiz. Ahora pensemos en El neón de siempre. El narrador del relato está muerto, algo que ya se insinúa en la primera frase: "toda la vida he sido un fraude". La vida solo puede tener este carácter de totalidad cuando uno ya se ha muerto. Solo en el "haber muerto" tiene lugar la figura unitaria -dice Felipe Martínez Marzoa comentando a Platón, pero que nos sirve también para comentar el relato de DFW- el alma en el "haber muerto", "separada del cuerpo", tiene lugar para que por fin y de una vez se diga qué o quién verdaderamente soy yo. Mientras uno es, falta aún lo que uno puede ser, de ahí que el narrador, que está muerto y ya no puede ser, diga he sido. Ahora podemos comprender adecuadamente la primera frase del relato de DFW: Toda la vida (figura unitaria) he sido (fin del poder ser) un fraude (una vez muerto, se dice lo que verdaderamente ha sido), si bien la figura unitaria resultará problemática y condenadamente difícil de expresar y la verdad de lo que ha sido se verá envuelta en la paradoja de la fraudulencia. El narrador, pues, está ocupando el lugar de un muerto, lo cual no deja de ser paradójico, puesto que un muerto sencillamente no está. Esta quizá sea la paradoja mayor de un relato que está sembrado de paradojas (motivo por el que he usado este término hasta el hartazgo). Cierto que no es el escritor mismo el que ocupa el papel del muerto en el relato, sino el narrador y protagonista, pero, de todas formas, si pensamos en la idea de Foucault de que el escritor asume el papel del muerto en la escritura, que no puede querer decir estar muerto (bien mirado, estar muerto es un oxímoron, los muertos no están), lo cual sería no tener papel, sin más, deberíamos pensar en algo así (más o menos, quizá todo lo que he dicho hasta ahora resulte bastante confuso, lo admito). La conexión con Platón parece algo forzada. Sin embargo, no es tan forzada como parece. En el relato de DFW se desconfía de las palabras, el hecho es que todo esto de decir palabras no sirve de nada, dice el narrador, pero si quieres entender este hecho lo tienes que explicar con palabras, en el tiempo secuencial de las palabras, aunque el tiempo, en realidad, no vaya en línea recta. ¿No me estoy contradiciendo lógicamente ya desde el principio?, pregunta el narrador, por no hablar de que, a pesar de las apariencias, el yo que narra no es lo que importa. En lugar de seguir gastando palabras, vamos a recomendar la lectura de El neón de siempre, uno de los relatos más complejos y fascinantes del siempre complejo y fascinante DFW).

PD: Este post ha sido, desde el punto de vista de su organización, una verdadera catástrofe, dicho sea sin ironía alguna. De todas formas, espero que quede claro que las ideas de Foucault sobre el autor no ignoran el copyright y que decir esto es falso y ridículo.

PD2: Leer esto nos sume en una profunda tristeza. Solo el primer párrafo, el único que hemos leído, nos arranca lágrimas de dolor. Hubiéramos preferido no leerlo. Es la cosa más estúpida y desalmada que hemos leído nunca. Ahora ya es tarde. Aprovechamos la ocasión para recomendar el excepcional libro de Deleuze sobre Nietzsche, Nietzsche y la filosofía, y paliar así, en la medida de lo posible, las gilipolleces y taradeces proferidas por ese individuo atroz y resentido que parece dedicarse profesionalmente a inocular pasiones tristes y a no entender nada. Pobres alumnos. Sobre el libro de Deleuze dijo Eugenio Trías que significaba el primer intento de renovación de la interpretación nietzscheana, especialmente audaz ya que todavía por los años de su publicación circulaba el incalificable mito del Nietzsche prefascista o irracionalista (cursivas nuestras). El mito es patentemente absurdo, pero más aún lo es que, de nuevo, se alcen voces tan histéricas como la de González Maestro para tratar de resucitarlo. Por supuesto, la filosofía de Nietzsche es criticable (sin ir más lejos, su caracterización del platonismo es sumamente cuestionable), pero hacerlo en estos términos, en fin, es triste. Nietzsche es uno de los grandes filósofos de toda la Historia y presentarle como un irracionalista furibundo y un loco pues bueno, eso, que es una cosa muy triste, así que vamos a dejar de hablar de González Maestro, porque no merece la pena. Preferimos seguir leyendo a Nietzsche sin la arrogante pretensión de haberle entendido y desentendiéndonos de clichés culturales instaurados que, en definitiva, funcionan como un velo distorsionador cuando de leer a un pensador fundamental se trata.

martes, 9 de octubre de 2012

"Tener por"

Cada vez que abordamos algo, lo hemos tomado ya de una u otra manera, lo hemos situado de antemano en una u otra perspectiva, lo hemos tomado "como" esto o aquello, "como" este o aquel tipo de cosa. Este previo "tener por" es, desde luego, merecedor de continua revisión; lo que nunca ocurre es que no lo haya, pues, si no hubiésemos tomado de una u otra manera la cosa en cuestión, sencillamente no estaríamos en relación alguna con ella y nada sabríamos ni nos plantearíamos a propósito de ella. El que el mencionado "tener por" sea "previo" no significa en modo alguno que sea posible una previa exposición de él; por el contrario, si lo fuese, estaríamos en un regressus in infinitum. Solo en el trabajo mismo con la cosa puede ocurrir -y ocurre si el trabajo es especialmente serio- que el previo "tener por" se ponga de manifiesto e incluso llegue a poder ser discutido.
Felipe Martínez Marzoa, Ser y diálogo: leer a Platón 

lunes, 8 de octubre de 2012

La cosa misma (tò prâgma autó)

En contra de la usual interpretación de las ideas platónicas como entidades ideales se manifiesta también Agamben en este artículo. Dicha interpretación pertenece al ámbito de lo que Se dice, pero hay razones de sobra para cuestionarla. Sobre todo porque pasa por alto la diferencia ontológica: lo que se dice de los entes no puede ser, a su vez, un ente, ni siquiera un ente ideal. De ahí, además, que el ser, en Heidegger, no sea tematizable, ni lo sea el eîdos, en Platón. Quienes tratan de identificar al Ser con Dios no saben lo que hacen. José Pablo Feinman decía que puedes llamarle Dios al Ser de Heidegger. Pues no, no puedes. Hacer esto sería hablar del Ser como de un ente identificado. Básicamente, cargarse toda la filosofía de Heidegger. No creo que haga falta ser heideggeriano (si es que ser heideggeriano no es, de por sí, absurdo) para comprender algo tan esencial.

jueves, 4 de octubre de 2012

La nueva teodicea: la madre de todas las mermeladas

Afirma Punset que cualquier tiempo pasado fue peor y que cualquier período del futuro será mejor, haciendo gala de una inquebrantable fe en el progreso de la humanidad (esa entidad abstracta e inexistente, tema en el que no vamos a entrar ahora). Un ejercicio de vacua futurología, evidentemente, en el que no se trata de pensar sino de vender: el optimismo como mercancía, envuelto en una versión apenas disimulada de teodicea según la cual el universo tiende necesariamente a lo mejor. La tesis de Punset es incluso más fuerte que la consideración del Bien como idea trascendental, porque según Punset el Bien se va realizando progresivamente en cada período del tiempo según este avanza, es decir, que no es condición de posibilidad de la acción, aquello en vistas de lo cual uno actúa y persigue -porque en esta consideración, al menos, se admite la posibilidad de fracasar, de no lograr el fin propuesto y que hay consecuencias que escapan a la acción intencional de un sujeto, incluso del sujeto hipostasiado Ciencia, del que Punset no para de hablar- sino realización efectiva, que se cumple necesariamente en el devenir de la Historia, que al parecer tiene un plan bondadoso para nosotros. Todo es mejor que ayer, pero menos que mañana (el Bien completo, por otra parte, no está destinado a nosotros ni, en realidad, a nadie. Sucede algo parecido a lo que pasaba en la famosa sentencia de Lewis Carroll: mermelada ayer y mañana, pero nunca, por tanto, hoy, solo que aquí la mermelada cada día es mejor, la mermelada de ayer era peor que la de hoy y la de hoy es peor que la de mañana, estamos todos los días comiendo una mermelada que es cada vez mejor, aunque no comeremos nunca la mermelada perfecta, el summum bonum o la madre de todas las mermeladas). La posibilidad de lo mejor ni siquiera es eso, una posibilidad, que como tal puede realizarse o no, sino una especie de destino. Siendo demagógicos (no demasiado), podríamos recordar la dos guerras mundiales del siglo XX, que habría que redefinir como períodos del tiempo mejores que los anteriores. La segunda guerra mundial fue un período del tiempo mejor que la Atenas de Pericles. Suena demagógico, cierto, pero si nos atenemos a lo que dice Punset, esto es lo que hay, porque el famoso divulgador no dice que tal período fuese mejor que tal otro, sino cualquiera. Cierto es que Punset dice, además, que esto es así si vemos el tiempo en perspectiva. Traducido al cristiano: los caminos del señor son inescrutables.

PD: Esto no es una crítica del libro Viaje al optimismo, que ni he leído ni voy a leer, solo de la sentencia que sirve (suponemos) como reclamo publicitario. Tampoco estamos criticando a Leibniz, porque creemos que su idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles no implica una moralina barata. De hecho, la frase de Leibniz nos parece casi trágica y desesperada: el mundo no puede ser mejor de lo que es. Tampoco somos fatalistas. Sencillamente, creemos que el futuro está indeterminado, que el tiempo -como diría Kant- es la forma misma de la determinación y que, por tanto, no puede saberse de antemano si cualquier período del tiempo futuro va a ser mejor o peor, a menos que uno sea un dios o un famoso divulgador.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Como pensaba Platón...

Es alarmante la cantidad de veces que uno puede llegar a escuchar decir a alguien barbaridades acompañadas de la coletilla como pensaba Platón. Por suerte, contamos con Jose Luis Pardo, entre otros, para desfacer entuertos.

Más allá del ser (y IV)

Tenemos, pues, que más allá del ser no designa otro mundo, un ámbito que sería una mera transposición de este mundo, sino que este mundo, el único que hay, se constituye como este mundo en referencia a un fundamento trascendente, que en el caso de Eugenio Trías es pensado como el límite mismo, el límite en tanto que límite, verdad que fundamenta la ontología, el suceder bruto de los sucesos. Paradójicamente, la trascendencia, lo que está más allá, no puede ser tal trascendencia si no se presenta de algún modo, porque en tal caso sería pura ausencia. El espacio-luz sería un espacio intermedio entre la mística mudez y el positivismo más grosero.

martes, 2 de octubre de 2012

Esencia y existencia, imágenes y lenguaje

En el artículo Apropiacionismo hoy, multiplicación del accidente, Agustín Fernández Mallo escribe una frase muy curiosa. Dice: "presuponer la existencia de una esencia equivale a asumir que es posible el aislamiento de un objeto en un entorno". No estoy de acuerdo, no porque considere posible asumir el aislamiento de un objeto de su entorno, sino porque, por definición, una esencia no existe. Me explico: esencia es un término que se refiere a la pregunta qué es algo. De lo que hace a algo ser ese algo, y no otra cosa, es de lo que decimos que constituye su esencia. La existencia, en tanto realidad efectiva, solo dice de algo que es, la esencia dice qué es. Si pensamos desde estas categorías metafísicas, no podemos sencillamente negar uno de los términos y quedarnos con el otro, porque ambos se implican mutuamente. Podríamos pensar la esencia de algo que aún no ha devenido existente o, al contrario, algo existente que aún no ha alcanzado su esencia, pero, aún así, estaríamos pensando ambos términos refiriendo uno a otro. Otra cuestión es que se conciban las esencias como entes extrañísimos que residen en mundos también extrañísimos, dobles fantasmales de lo que es. La esencia de algo no es otro algo, desde luego.

Otra cosa que me ha llamado la atención es la tesis que sostiene Mallo: que las imágenes están compuestas de palabras, que son lenguaje verbal. Esta tesis, lo confieso, no la entiendo. Una vez destruidas las esencias, que hacen posible que algo sea propiamente lo que es, y no otra cosa, parece, entonces, que cualquier cosa puede ser cualquier cosa. La imagen es lenguaje verbal, por ejemplo. También he de confesar que en este punto mis pelos de normópata se ponen de punta. Desde luego, lo que algo es no necesariamente es algo fijo, inmutable, eterno, cosido en el cielo de los significados ideales, y puede ser muy difícil determinar qué es algo. ¿Qué es la literatura, por ejemplo? Aún así, asumimos siempre, implícitamente, alguna determinación propia de la literatura, aunque sea negativa. Sabemos que una receta médica no es literatura, aunque, obviamente, dentro de un relato o novela podemos incluir una receta médica. Sabemos que una fórmula lógica no es literatura, aunque David Foster Wallace, en un relato magistral, El neón de siempre, incluyese una fórmula lógica. Ni la receta en tanto que receta, ni la lógica en tanto que lógica, son elementos esenciales de la literatura. Las determinaciones concretas de la literatura, o de lo que sea, están sujetas a discusión y cambian con el tiempo, pero la ausencia de la determinación en sí es el caos. O, mejor dicho -es decir, más ajustado a lo que considero la esencia del caos- es la sucesión vertiginosa de determinaciones lo que constituye una situación caótica.

Deleuze definía -de nuevo: determinaba, delimitaba- tanto a la literatura como a la filosofía y a la ciencia por el modo en que se enfrentaban al caos. La literatura extrae figuras, la filosofía conceptos y la ciencia funciones. Solo pedimos un poco de orden para protegernos del caos, escribía Deleuze, no hay cosa que resulte más dolorosa, más angustiante, que un pensamiento que se escapa de sí mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, roídas ya por el olvido o precipitadas en otras ideas que tampoco dominamos.

Mi intención no es defender viejas esencias inmóviles, ni afirmar, tautológicamente, que una cosa es lo que es -solo la Justicia es justa, la Belleza bella, etc.- y ya está, solo señalar que entre la monótona afirmación de que algo es lo que es, y la contradicción, algo es lo que no es, a lo que, en el límite, nos conduciría la negación de cualquier determinación propia de algo, que ese entre es el espacio, el campo de juego de los discursos.

PD: No estoy en contra de lo que dice Mallo respecto a las imágenes, porque ni siquiera lo entiendo, así que mal puedo posicionarme en contra, si acaso mi posición es la del asombrado. Mi asombro proviene por una parte de Foucault y por otra de Artaud. En Las palabras y las cosas, Foucault planteaba la relación entre el lenguaje y lo visible como irreductibles uno al otro: "por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice, y por bien que se quiera hacer ver, por medio de imágenes, de metáforas, de comparaciones, lo que se está diciendo, el lugar en el que ellas resplandecen no es el que despliega la vista, sino el que definen las sucesiones de la sintaxis". Con esto no quería decir que fueran incompatibles, pero, desde luego, estaba lejos de considerar que la imagen fuera lenguaje verbal. Artaud, por su parte, decía que "no se trataba de encontrar en el lenguaje visual el equivalente de un lenguaje escrito en el que el lenguaje visual no sería más que una mala traducción". Que conste, por cierto, que no esgrimo a Foucault y a Artaud como instancias de autoridad; solo lo hago para señalar el modo en que concibo las relaciones entre el lenguaje y lo visible y mis dificultades para comprender la tesis de Mallo. Por mucho que me empeñe, para mí las imágenes y las palabras, lo visible y el lenguaje, constituyen dos series diferentes, y por ser diferentes pueden resonar una en la otra.

Más allá del ser (III)

Llegados a este punto vislumbramos esta frontera que divide el ser de aquello que trasciende el ser y de lo cual, según parece, nada podemos decir, o al menos nada que tenga sentido. Siguiendo a Trías, diremos que hay dos formas de concebir este límite: como espejo o como un gran vidrio, el gran vidrio de Duchamp. Si este límite es como un espejo, si lo lógico-trascendental es espejo de lo que se muestra, entonces detrás del espejo no hay nada, solo el reverso negro que permite al espejo ser espejo: solo hay una cara. Pero este límite puede también ser pensado como una lámina de vidrio, límite en tanto que límite, con dos caras, anverso y reverso, que son lo mismo en su puro distinguirse; espacio-luz, pura transparencia.


Más allá del ser (II)

Sin embargo, podemos referirnos a este no-lugar, a este ámbito vacío, del cual nada positivo decimos. En Los límites del mundo, Eugenio Trías piensa este ámbito vacío de la trascendencia -que, en cualquier caso, no puede ser nunca otro mundo, puesto que mundo es el conjunto de lo que puede experimentarse, y no puede haber experiencia de algo que excede el ser-, la referencia del ser humano a este ámbito, como la condición necesario de un verdadero inmanentismo, ya que, al dejar de lado dicha referencia, como hiciera Nietzsche, lo que ocurre es que las categorías propias de ese ámbito se reintroducen inadvertidamente en el ámbito del ser, del devenir o suceder. Categorías como siempre, nunca, eternidad, no pertenecen al mundo de lo experimentable, del ser o suceder de los fenómenos.

Eugenio Trías piensa la diferencia ontológica, la diferencia entre el ente, lo que es, y el ser. Los sucesos serían aquello que es, y el suceder el ser. Diversum est esse et id quod est. La ontología de Trías es trágica, en el sentido de que el suceder y el suceso se hallan remitidos un fundamento en falta y a un fin sin fin. El ser es sin fundamento y sin telos, el puro sucederse. Y hasta aquí llega la ontología. Define un límite negativo, y el resto es silencio. Ni Heidegger ni Wittgenstein habrían rebasado este horizonte. Lo que queda más allá de este límite solo es pensable de manera negativa: sin-mundo, sin-ser, sin-tiempo.

Más allá del ser (I)

Durante mucho tiempo he pensado que el intento de sondear más allá del ser conducía irremediablemente a caer en las redes de la religión, y durante mucho tiempo he pensado que la religión no podía ser otra cosa que un asilo de nuestra ignorancia, un refugio propio de cobardes, una fantasía consoladora, pero fantasía al fin y al cabo. Pensaba que la religión era una etapa infantil de la humanidad felizmente superada por los descubrimientos científicos. Ahora, sin embargo, y pese que sigo estando muy lejos de profesar una religión determinada, pienso más bien que es la contraposición simple y taxativa entre ciencia y religión la que adolece de un carácter pueril y acrítico, pienso que hay diversos modos de plantear y concebir el fenómeno religioso y que ni siquiera está claro qué queremos decir cuando nos referimos a la religión. Sigo pensando que dar un contenido positivo a lo trascendente es algo así como hacer trampas, como tomar un hatajo de forma indebida, y sigo pensando que el fanatismo religioso nubla el cerebro de las personas.

Wittgenstein señalaba algo muy simple, pero que a mí se me había pasado por alto: que el discurso religioso no versa sobre hechos, que no se basa en proposiciones descriptivas. Esta distinción es fundamental. De ahí que Wittgenstein dijera que existe lo místico, pensado como aquello que se muestra, pero que es inexpresable, porque su afán, su ideal filosófico, podríamos decir, consistía en describir. Valoraba más las descripciones que las explicaciones. Pero, si el modo de expresión filosófica es la descripción, y lo religioso se caracteriza por no ser descriptible, está claro, entonces, que lo religioso es inexpresable filosóficamente. Entonces, nos queda el silencio místico.

Desde luego, parece muy razonable pensar que el ámbito de lo religioso, que se situaría más allá del ser, se hurte a todo esfuerzo lingüístico por atraparlo. Al fin y al cabo, una proposición consiste en decir algo de algo, que algo es algo. El ser se dice de muchas maneras, pero ¿de qué manera decir lo que ni siquiera es? El no-ser no es, según el poema de Parménides, así que no se puede decir ni pensar. Más allá del ser no designa un lugar. En rigor, no podemos hablar de un ámbito situado más allá del ser.

Continuará...

lunes, 1 de octubre de 2012

Heidegger - La casa del ser

Pero el hombre no es solo un ser vivo que junto a otras facultades posea también la del lenguaje. Por el contrario, el lenguaje es la casa del ser: al habitarla el hombre ex-siste, desde el momento en que, guardando la verdad del ser, pertenece a ella.
Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo

domingo, 30 de septiembre de 2012

Lars Von Trier - Melancholia



La Tierra es malvada, un lugar inhóspito.

Justine comprende la imposibilidad de negar la posibilidad de la muerte, de ahí que se vuelva capaz de asumirla con serenidad, frente a su hermana, que intenta desplazar y negar el inevitable final buscando información, mediante un pensar calculador, impotente en el fondo, y frente al esposo de su hermana, quien parecía tenerlo todo controlado, gracias a su espíritu científico. Justine, sin embargo, asume el destino.

Al igual que en las grandes tragedias clásicas, aquí el mal es inevitable, las fuerzas de lo irracional escapan al control de los humanos y ningún Dios sirve como garante del bien supremo. Las modernas metafísicas de la subjetividad y el cientificismo como ideología dominadora de lo ente que las acompaña tampoco sirven de refugio. El ser humano está arrojado en el mundo, a la intemperie, expuesto a acontecimientos que lo superan. Pero, aunque no estemos en casa, aunque ningún Dios creara el universo para nosotros, también es verdad que somos capaces de construir cuevas mágicas. La cueva mágica se plantea como símbolo, y ya sabemos que la ambigüedad es inherente a lo simbólico como tal, porque el sentido de un símbolo excede la figura en que se expresa, está constituido por ambas mitades (figura y conotenido) que, sin embargo, no encajan. En lugar de gastar palabras intentando fijar el sentido de la cueva mágica, que es, de alguna forma, la clave de la película, lo dejaremos flotando en su indeterminación esencial.

Un buen análisis de la película puede verse aquí.

Aristóteles - El conjunto de las cosas

Por de pronto, concebimos al filósofo principalmente como conocedor del conjunto de las cosas, en cuanto es posible, pero sin tener la ciencia de cada una de ellas en particular.
Aristóteles, Metafísica.

Heidegger - La decadencia del lenguaje

Pero la decadencia actual del lenguaje, de la que, un poco tarde, tanto se habla últimamente, no es el fundamento, sino la consecuencia del proceso por el que el lenguaje, bajo el dominio de la metafísica moderna de la subjetividad, va cayendo de modo casi irrefrenable fuera de su elemento. El lenguaje también nos hurta su esencia: ser la casa de la verdad del ser. El lenguaje se abandona a nuestro mero querer y hacer a modo de instrumento de dominación sobre lo ente.
Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo